martes, 12 de julio de 2016

Granjeras

La mujer campesina es, en casi todo el mundo, la victima silenciosa de una de las mayores injusticias socioeconómicas de nuestro tiempo.

La mayor parte de las tierras agrícolas del Planeta son propiedad de los hombres en exclusiva, no de las mujeres o de la pareja. Se estima que en África, por ejemplo, solo el 2% de las propiedades rurales están registradas a nombre de las mujeres, pese a que un porcentaje de hogares mucho mayor que ese cuenta sólo con la mujer como cabeza de familia. En muchos países, de hecho, la transmisión de la herencia se lleva a cabo consuetudinariamente solo por la línea masculina.  

Las mujeres también se ven excluidas del acceso a los diferentes medios de producción requeridos en la agricultora. La mecanización agraria habitualmente se asocia solo a los hombres del campo y es casi imposible encontrar a una mujer al volante de un tractor. El ganado, en muchas culturas tradicionales, especialmente en África, solo puede ser propiedad de los hombres, no de las mujeres.  

Para las mujeres resulta mucho más difícil que para los hombres acceder a la financiación necesaria para afrontar sus inversiones agrícolas, ya que, al carecer de tierra en titularidad, no pueden aportar esta como colateral cuando solicitan un crédito. Además, sus ingresos son menores, ya que muchas solo ejercen trabajos no remunerados y, de ser asalariadas, ganan menos que los hombres.

El acceso a la educación es otra de las grandes barreras que afrontan las mujeres campesinas de todo el mundo. En todos los Países en Vías de Desarrollo el analfabetismo femenino es superior al masculino, y la tasa de escolarización de las niñas, más baja que la de los niños. Las mujeres campesinas no suelen ser incluidas en los programas de asesoría y formación agrícola, y la profesión de agrónomo es en casi todas partes un monopolio masculino.

La mujer campesina no solo afronta mayores retos que el hombre para producir los alimentos, sino que incluso se ve forzada a ingerir menos comida, y menos nutritiva. Numerosos estudios en diferentes países muestran que en el hogar rural a menudo se produce una distribución inequitativa de los alimentos, siendo la mejor porción acaparada por los hombres y los niños, acosta de las mujeres y de las niñas, y ello pese a que la mujer, durante el periodo gestacional y de lactancia, requiere de una dieta más abundante.

Menos acceso a la tierra, a la financiación, a los medios de prodición, a la educación, e incluso a los alimentos…y, sin embargo, la mujer rural afronta siempre una carga de trabajo muy superior a la de los hombres.  Contra todas las ideas preconcebidas al respecto, está demostrado que en casi todas las culturas la mujer campesina dedica a las tareas agrícolas tantas o más horas que los hombres, aunque las tareas sean diferentes. En muchos casos, de hecho, los trabajos más penosos, como la recolección, son las desarrolladas por las mujeres. Pero es que, además de la labor agrícola, la mujer es responsable de un sin número de otras funciones que el hombre, generalmente, no ejerce, incluyendo el cuidado de los niños, la preparación y procesado de la comida, la limpieza y cuidado de la casa, el acarreo de agua o la compra y la venta de alimentos en el mercado.

Menos acceso a los medios para producir, una carga de trabajo mucho mayor…y una completa subordinación en la toma de decisiones respecto a la voluntad masculina constituyen el día a día de los cientos de millones de mujeres trabajadoras del campo.

Este modelo socioeconómico no solo es sumamente injusto, sino además profundamente ineficaz.

Un estudio reciente ha demostrado tajantemente que las mujeres tienden a gastar más en la alimentación de los hijos que los hombres, de modo que cuando las mujeres cuentan con ingresos propios o deciden sobre la gestión de las finanzas domésticas, el gasto en alimentos es superior a cuando son los hombres quienes monopolizan los ingresos del hogar. Según dicho estudio, la tasa de supervivencia en caso de desnutrición aumenta en un 20% cuando los ingresos de la familia son gestionados por la mujer en lugar de por el hombre.

Otro estudio ha estimado que, si a nivel global las mujeres tuvieran un acceso equitativo a los recursos de producción agrícola, el número de desnutridos en el mundo se reduciría en poco tiempo en más de 150 millones de personas. 

Foto: Granjeras en Georgia (ENPARD)

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