martes, 7 de junio de 2016

Mangas

Hace tres años redescubrí los comics. Un buen amigo me puso sobre la pista de los fabulosos nuevos mundos de creación que la novela gráfica contemporánea está explorando y, como soy compulsivo, en cuanto comencé a nadar en ese mar terminé sumergido hasta el fondo. Ahora una cuidada colección de tebeos franceses, anglosajones, españoles o incluso indios y coreanos, ocupa cuatro baldas de mi librería. La selección incluye casi todos los clásicos del canon (Watchmen, Mouse, El Inkal, Persepolis…), las joyas del underground gringo (Burns, Clowes, los Hernández…), el cómic-reportaje actual (Sacco, Delisle, Davodeau…), lo mejor de las aventuras seriadas francófonas (Cosey, Bilal, Marini), las autobiografías intimistas que tanto se prodigan hoy en el mundo de la historieta (David B, TruongGallardo, Thompson) y hasta los metacómics y otras experimentaciones de autores como McClaud, McGuire o Sousanis.

Manga, en cambio, he leído poco. Conozco Japón y me fascina su cultura, pero un prurito de prejuicio y pánico a transformarme definitivamente en un friki me mantienen distante del mundo del noveno arte nipón. Pero como me las quiero dar de marisabidillo comiquero, no he tenido más remedio que incursionar un poco en el subgénero. Eso sí, lo he hecho con cuidado, tímidamente, y sólo dispuesto a catar obras consagradas.

Aquí dejo pues tres recomendaciones de obras clásicas del manga, atípicas las tres. Tebeos, sí, pero de una densidad creativa apabullante.

Pies Descalzos, de Keui Nakazawa, viene a ser al manga lo que Mouse es al tebeo occidental: Como la obra de Spiegelman, narra en viñetas una tragedia histórica de dimensiones apocalípticas. Pies Descalzos nos cuenta, en primera persona, la detonación nuclear de Hiroshima y la vida de los supervivientes en los días subsiguientes a la debacle. Nakazawa, que vivió de niño en carne propia todo lo que describe, nos regala un relato sin muchos epítetos ni exageraciones (en todo caso, es difícil exagerar un horror mayor que el que realmente sucedió). Todo está contado con imágenes infantiloides y una narrativa sencilla que provocan un aterrador efecto de contraste entre la inocencia infantil y el horror sin límites. Es, simplemente, un libro imprescindible, cuya lectura debería ser obligatoria en todas las escuelas del mundo, si es que de verdad estamos interesados en crear sociedades pacíficas. Es imposible no oponerse a las armas nucleares después de haber leído Pies Descalzos. Uno nunca vuelve a ver el tema con los mismos ojos. Es un cómic que transforma algo dentro de ti.

Pesadillas, de Katsuhiro Otomo, es una obra muy diferente. Para empezar, se trata de pura y dura ficción, o, para ser más específicos, de una novela negra. Ambientada en una arquitectura de geometrías claustrofóbicas, este manga, maravillosamente ilustrado, combina el hiperrealismo descriptivo del Japón urbano contemporáneo con un guion fantasioso e inquietante propio, efectivamente, de la más junguiana de las pesadillas simbólicas.

El hombre que camina es el contrapeso perfecto a la anterior. Su autor, Jiro Tanigchi, logra reducir el cómic a un sencillo (y a la vez profundísimo), ejercicio zen: Un tipo camina por un barrio periférico en Japón, en la frontera entre la ciudad y el campo. En cada paseo afronta historias nimias, tales como encuentros con perros y gatos, observaciones del cielo nocturno, baños furtivos en una piscina pública al caer la tarde… intrahistorias cuya profundidad radica, precisamente, en su liviandad. El gran secreto escondido en Un Hombre que camina se llama observación, ese arte complejísimo que los cómics nos enseñan a cultivar.

Cada cual de estas novelas gráficas arroja luz sobre un aspecto especifico de ese mirar al mundo tan único del Japón: narrativa realista en la linde entre la infancia y el peso de la historia en el caso de Pies descalzos; inquietantes mundos interiores de anónimos urbanitas en Pesadillas y evocación del misterio y la estética de lo sencillo en El hombre que camina. Si queréis retozar un poco en ese otro mundo cultural que es el País del Sol Naciente y echaros a las alforjas una buena dosis de sapiencia y placer intelectual, no dejéis de leerlos. 

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