martes, 28 de febrero de 2012

Universos

Ya se sabe que la metafísica, hoy en día, ya no la practican los filósofos, sino los científicos que estudian el Cosmos inmenso y la materia invisible. Sostienen algunos de ellos que el medio en que discurre nuestro existir no es sino uno más  entre una infinitud de universos paralelos. Esta es, al menos, la única explicación verosímil que encuentran al hecho de que los electrones sean capaces de estas a la vez en dos lugares diferentes o, para ser más exactos, de estas y no estar al mismo tiempo en un lugar del espacio-tiempo.

En cada instante de nuestra vida se abre un abanico infinito de opciones ante nosotros: andar o coger el coche, leer un libro o ver la tele, hacer el amor o sestear…según la tesis de los universos paralelos, todas las opciones suceden de forma concurrente, de modo que nuestra vida concreta, hasta el presente, no es sino una de esas infinitas probabilidades, todas ellas ciertas, todas ellas ocurriendo a la vez. Así, en ciertos universos Hitler ganó la segunda guerra mundial. En otros, los dinosaurios nunca se extinguieron. Los hay incluso en los que nunca rompimos con aquel primer amor de juventud.

Hay algunos mundos en todo idénticos a este mismo dentro del cual escribo en mi blog salvo que, al crear la presente frase, en lugar de escribir la palabra idénticos, opté por el término iguales. Hay pues Universos para todas las opciones posibles de la existencia. En algunos Rajoy es un tipo dicharachero, en otros Bin Laden es un monje trapense y los hay también en los que Carla Bruni se casó con Zapatero.

Lo mejor del asunto es que no necesitamos elegir en cual de entre tal maremágnum  de universos paralelos nos gustaría vivir: Cada uno de nosotros ya habita, simultáneamente, en una infinitud de tales mundos.

 (Foto: Luis Echanove)

Cuento corto

Empezaba a plantearse que nunca llegaría a su destino. Mecido por las olas, a ese ritmo de nana oscilante, llegar pronto era, cuanto menos, ilusorio.

(Foto: Luis Echanove)

viernes, 24 de febrero de 2012

Escocia

Hay algunas palabras cuyo significado uno solo comprende plenamente bajo ciertas circunstancias. “Humedad”, por ejemplo, es un concepto del que solo descubrí  su real sentido caminado bajo un chubasco torrencial en la isla de Skye, la mayor de las  Hébridas Interiores. La cortina impenetrable de agua gris calaba cada poro de la piel;  las botas de cordones chapoteaban sobre el barro pegajoso  a medida que avanzábamos por el valle entre las colinas. 

El vocablo “atardecer” tiene también un sentido específico que solo se vislumbra mirando la mar calmada en el  pequeño puerto de Plockton al caer el día, cuando al fin sale el sol tímidamente, tras largas horas de llovizna. Nunca olvidaré el intenso reflejo de la luz sobre los tejados, las barcas y las laderas.

“Viento” es otro término que ningún diccionario podrá nunca describir adecuadamente a no ser  que se evoque a la brisa eterna que sopla en los prados que rodean al castillo de Kingussie, en el corazón de la Tierras Altas. No es un aire recio, tampoco excesivamente frío, pero es constante, casi eterno, como las piedras o las colinas.

Quien ha viajado a Edimburgo sabe que la palabra “serenidad” se esconde en alguno de sus parques.

 (Foto: Isla de Skye. http://www.documentary-log.com/)

Salisbury

El traqueteo del tren mecía el pasto de la campiña a su paso. Granjas y más granjas se sucedían ante nuestra vista. Todas de piedra,  bien entejadas y dejando asomar su confort interior por aquella ventanas decoradas con tiestos blancos y cortinas de ganchillo. Viajábamos deprisa, con la memoria de los acantilados y las turberas aun en la retina. El sol inundaba el campo inglés, y también nuestros sueños.

La voz algo áspera de Peter Gabriel repicaba en mi cabeza conforme nos acercábamos a nuestro destino. De aquella ciudad solo conocía el nombre, escrito con bolígrafo Bic en un cassette de mi hermano Luis.

Llegamos al fin. Nada recuerdo de la estación, ni de las calles; pero si cierro los ojos, puedo sentir claramente la yerba húmeda sobre la que nos sentamos esa tarde, contemplando la esplendorosa catedral gótica, quizás diez minutos, quizás dos horas. Tal vez aun yo sigo ahí,  sin saberlo, sobre esa pradera, mirando la enorme torre puntiaguda, bañada de luz, una tarde de verano.

(Foto: © Stephen McParlin)

Londres

Caminas ahora mas despacio que antes; no tanto por miedo a tropezar, tampoco por el cansancio. Es solo que tu modo de ser ha cambiado y, de algún modo, aprendiste  que la ruta esconde más secretos de los que pensabas. Esos secretos, a la carrera, se diluyen como el polvo en el camino.

Caminas pues despacio, y a veces hasta miras atrás. Hace un rato incluso te has decidido a deshacer lo andado y, como en una moviola de ficción, probar la suerte de volver al pasado, no para rehacerlo, ni para continuarlo…solo para sumergirte y verte ahí, plantado en esa otra vida que fue la tuya.

Caminas ahora más despacio que antes, y aun así tropiezas, y aun así te cansas: y sabes también que, de alguno modo, por mucho que te alejes, todo aquello que se fue quedando atrás seguirá  formando parte de ti, para siempre.  

(Foto: Ignacio Huerga)

viernes, 3 de febrero de 2012

Crisis

Escribí esta entrada en diciembre de 2009. la he releído casualmente y , dado que dos años después sigue teniendo plena vigencia, creo que resulta oportuno introducirla de nuevo…

En España hay una crisis económica. Y hay otras más, de las que ahora se habla menos.

Está la crisis del sistema de organización territorial del Estado, con un régimen de descentralización llevado a extremos absurdos: ¿de verdad es necesario contar con un calendario de vacunación infantil distinto en cada Comunidad Autónoma? ¿Tiene sentido que los niños canarios no estudien lo que es un río porque en su archipiélago no hay corrientes de agua permanentes? ¿Debe cada ciudad y pueblo de España contar con un puente o monumento diseñado por Calatrava o llevar a los Rolling a tocar en sus fiestas patronales? ¿y quien paga ahora las facturas cuando el ladrillo ya no llena las arcas municipales?

Está también la crisis social, no solo provocada por el hundimiento económico y el aumento desorbitado del paro, sino además acrecentada por años de emigración desmelenada sin programas de inserción y por una inequidad galopante, fruto de la cultura del pelotazo y de la mentalidad tan hispánica del ande yo caliente. Somos un país de nuevos ricos (esos que se forraron a base de stock options, recalificación de suelos, reventa de pisos y jugadas en bolsa) y de nuevos pobres (inmigrantes, desemplados, mileuristas). La clase media, en cambio, adolece de raquitismo.

Podemos hablar así mismo de una profunda crisis educativa. La única formación sistemática que muchos niños reciben es la del Nintendo. En nuestras endogamicas universidades se llega a catedrático mayormente en función de la habilidad propia en la ciencia del peloteo. La cultura tampoco anda en bonanza. En España se publica poco bueno e independiente y lo malo y escrito por encargo se vende cómo churros. Al cine, si no es 3D, ya no va ni la taquillera.

Como un paraguas cubriendo muchos de estos males, hay también que hacer referencia a la crisis de los partidos políticos. La ley electoral y las listas cerradas nos condenan a esta bipolaridad asfixiante que deja fuera de sitio a quienes no se deciden a comprar el paquete completo que el PP y el PSOE venden, ergo la elección es entre derecha rancia o pseudo progresismo.

Todos aquellos que no comulgan, en todo o en parte, con ninguno de los dos grandes partidos, como los liberales, los izquierdistas de verdad, los ecologistas, los centristas, y tantos otros, no tienen a quien votar o votan tapándose la nariz. Y de la mano de esa crisis del propio sistema de representación electoral, cabalga la crisis de liderazgo. Encontrar en cualquiera de los dos grandes formaciones a un político de la talla de los que forjaron la Transición resulta más arduo que descubrir armas de destrucción masiva en Irak.

Tampoco podemos olvidar la crisis ecológica. Cada vez producimos más gases de efecto invernadero, el Mediterráneo se ha convertido en una inmensa urbanización costera desde Huelva hasta Gerona y la España interior y rural sigue tan despoblada y olvidada como siempre. Teruel todavía no existe. Marbella existe demasiado.

Eso sí, hemos logrado ponernos en el vagón de cabeza en muchos nuevos ámbitos, tales como en número de campos de golf en parameras sin agua, porcentaje de chicas adolescentes que se operan las tetas, cuantía de vehículos de doble tracción inventados para el campo circulando por las calles de las ciudades, número de mafiosos rusos afincados en nuestras costas, volumen de programas del corazón en la programación televisiva o cantidad de cargos municipales con procesos de corrupción abiertos.

Puede parecer que estoy describiendo un cuadro demasiado pesimista. Pero es lo que hay.

Durante los últimos diez o quince años pensábamos que todo el monte era orégano. La obsesión con los bienes de consumo y la explosión del gasto nos hizo sentirnos ricos. Y nos creíamos que ser europeos era eso, ser ricos. Ser europeos es vivir en sistemas políticos que combaten la corrupción en todos los niveles, fomentan la igualdad social, castigan electoralmente a los políticos y a los partidos incompetentes, practican una economía sostenible y fomentan la educación en valores y no el culto a la pela. Tras vivir el supuesto glamour del 4x4 y el adosado ahora al fin nos caemos del guindo.

Hemos recogido lo que hemos sembrado. Nuestra crisis es, a fin de cuentas, la reseca después del despelote.

Entre tanto, y aunque lo que hace falta es menos torear la perdiz y mas coger al toro por los cuernos, los políticos se dedican a discutir la prohibición de las corridas. También se afanan en buscar la tumba de Lorca. Yo soy algo más escéptico, pero a lo mejor me equivoco y el fantasma del genial poeta al final resulta que nos trae alguna solución.

(Foto: Ignacio Huerga)