miércoles, 21 de enero de 2009

Lluvia en el valle

Estaba tirado bajo un manto. Mientras, llovía fuera, fuera de su cobijo de tela, de su cubierta ligera, de su estar desprotegido.

La música de la lluvia cayendo le recordó alguna canción lejana. El temporal no amainaba. Canturreaban las gotas su melodía, y el silbaba con los labios entumecidos, como espantando al frío. Llovía sin cesar. El cielo parecía volcar un torrente de aguas turbias sobre su cabeza.

Y de pronto, cesó el estruendo y un gran silencio se apoderó del valle. Dejó al un lado el viejo sayo protector y miró a las estrellas. Era noche cerrada. Un lodo fino cubría la pradera. Nada sonaba ya, ni el silbo del chubasco ni esa canción lejana dentro de su cabeza.

Caminó sin rumbo unas horas. Después, cansado, se echó sobre su manta, aun muy húmeda. Durmió placidamente, como un lobo agotado tras la caza, o tal vez como un corzo exhausto de huir, perseguido por el lobo.

Cuando amaneció, el hombre ya no estaba allí. Quedaba solo su manta, yaciendo vacía, extendida sobre el musgo, como un muerto sin dueño.

Nunca nadie volvió a ver al hombre de la manta por el valle. Dicen que, cuando llueve mucho, regresa en silencio. Quien sabe... tal vez sea cierto.

(Foto: Luis Echanove)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me gusta como escribes y describes