lunes, 29 de diciembre de 2008

Infamia


La profundidad de la injusticia de la situación en la que viven los palestinos es de tal magnitud, y tantos los malentendidos entorno a la misma que me resulta difícil escribir con sosiego sobre este tema, especialmente ahora que un millón y medio de palestinos malviven como conejos cazados por las bombas israelíes, que ya han matado a trescientas personas y herido a más de un millar en ese infierno llamado Gaza.

Se ha hecho ver como si lo que sucede no fuera sino fruto de un conflicto entre dos bandos iguales, como si los palestinos tuvieran una querencia especial por dañar a Israel ante lo cual al estado hebreo no le queda otra opción que adoptar medidas militares contra un persistente enemigo que le niega su derecho a existir. La realidad, en verdad, es exactamente la opuesta. Es el pueblo palestino el que carece de Estado, el que fue expulsado y vive oprimido. La resistencia armada palestina ante Israel no es la causa del conflicto, sino su consecuencia. La solución pues, es sencilla: El fin de la ocupación militar israelí y la proclamación de una nación palestina viable.

Las innumerables torpezas cometidas por los partidos políticos palestinos, los condenables actos de terrorismo, el resbalón hacia el islamismo, los errores tácticos múltiples en su estrategia por la libertad, el maldiciente uso que de su causa han hecho las naciones árabes, nada de ello resta un solo ápice de justicia a su causa: El pueblo palestino vive sometido desde hace décadas a una infame ocupación militar, a un expolio sistemático de su tierra y a una permanente vulneración de sus derechos más elementales.

El movimiento sionista (un ultra nacionalismo de rivetes fascistoides) colonizó Palestina, destruyó setecientos pueblos en 1948 y expulsó a tres cuartas partes de la población árabe de la región. En guerras sucesivas nuevos territorios fueron ocupados por Israel, y miríadas de nuevos palestinos huyeron y viven desde hace décadas vidas miserables en hacinados campos de refugiados. Sometidos a un régimen de apartehid, los palestinos, ciertamente, no han logrado articular una oposición civil y pacífica semejante a la que, en Sudáfrica, llevó al Congreso Nacional Africano a terminar con la infamia del racismo boer. Pero la paradoja es que constantemente se exige al pueblo palestino la heroicidad de sufrir todo tipo de atropellos , engaños y opresiones y a la vez aguantar, mantenerse calmados. Cuando pierden la calma, se les llama terroristas. Entre tanto, el Estado de Israel puede consituir un muro entorno a las aldeas palestinas, sembrar Cisjordania de controles militares, practicar la tortura como política de Estado, crear bloqueos incluso a la ayuda humanitaria y expandir sus asentamientos y bombardear universidades sin que por ello pierda su respetabilidad internacional.

Israel ha boicoteado sistemáticamente cualquier proceso a la paz. Paz y sionismo son dos conceptos contradictorios en esencia. El sionismo, como ya proclamara Naciones Unidas hace décadas, es por definición una ideología racista. Al girar de nuevo la rueda de la violencia, el gobierno de Israel logra el doble propósito de satisfacer a su alienada población civil (mayoritariamente sedienta de sangre árabe) y a la vez provocar en los grupos radicales palestinos respuestas violentas, imprescindibles para que de este modo Israel justifique la necesidad de prolongar la ocupación. Toda muerte es una tragedia. Cada vida perdida vilmente en un atentado en Tel Aviv, o bajo las ciegas bombas del ejército israelí es un fracaso de todos.

Viva el pueblo palestino. Viva el pueblo judío. Abajo el sionismo.
(Foto: Eva Pastrana)

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