martes, 4 de noviembre de 2008

Tiempos soleados

La luz natural, la luz del sol, cambia los paisajes y los ánimos. Nada hay que de forma tan nítida moldee la personalidad de un lugar como el tipo de luz que el cielo difunde. En del trópico hay al menos tres clases de luces. Está ese resol intenso de la temporada seca en las ciudades, que reflecta poderosamente sobre los objetos, los edificios y el asfalto, hasta cegarte la vista, como una sustancia pegajosa y agradable a la vez. Hay también una luz apagada, la de la temporada de lluvias. Es una luminaria mortecina pero llevadera, que produce una melancolía transitoria. Mención a parte merece la luz en la selva, que se filtra entre las sombras largas en haces, como en una escenografía artificial, a la vez hostil y cercana.

En el centro de Europa los eternos días encapotados del invierno emiten una luz gris, triste y desabrida, deseada pero inasible. A veces, cuando las nubes se abren, se producen esos días soleados que inundan de colores las calles y los parques.

Madrid es, en el mundo de las luces, un género propio. Su luz seca y radiante del atardecer enardece, besa el rostro, contagia la Sierra y da forma a esas nubes planas que Velásquez siempre colgaba al fondo de sus retratos ecuestres.

Y por fin, está la luz del Mediterráneo, que es la misma desde Gaza hasta Valencia, pasando por Menorca, Sicilia o la isla de Pag. Es una luz indescifrable, una luz sin epítetos, luz en sentido literal, diáfana, plena, luz de civilización, luz de siempre.
(Foto: Luis Echanove)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Luz:
Forma de radiación electromagnética a la que el ojo humano es sensible y sobre la que se basa nuestra conciencia visual del universo y de su contenido.

Diccionario de Física. Ed. John Daintith. Oxford University Press, 2000