miércoles, 27 de febrero de 2008

Las historias del gusano barrenador

Imelda
Taclobán, capital de la isla de Leyte y cuna de Imelda Marcos, es una soñolienta población de provincias con ese sabor de trópico lánguido propio de las ciudades de segunda en los países de tercera. Puede visitar hace unos meses el palacio que Imelda y Ferdinand se construyeron allí en los ochenta.

La entreda principal da acceso a una capilla del tamaño de una catedral, que a la vez sirve de distribuidor a las docenas de habitaciones. Preside el templo una imagen aterradora del Niño Jesús de Praga, rodeada de juegos de luces estilo puticlub. En el segundo piso, un retrato inusitadamente grande de Imelda como Venus semidesnuda brotando de un fondo de coral observa al perplejo visitante con maliciosa sonrisa de acrílico pastoso. Costosas piezas atiborran todos los rincones de la casa, incluidos pasillos y cuartos de baño. La extraordinaria colección reúne, por ejemplo, el contenido íntegro del palacio de la Zarina en Volgogrado, comprado a capón por los dictadores (sillones, iconos, cortinas...). Hay también porcelanas chinas en abundancia, sillas rococó, aparadores versallescos, pintura contemporánea de las mejores firmas, y por todas partes bustos, fotografías y retratos de Imelda con actores de Hollywood, caciques árabes o presidentes norteamericanos.

Terminé la visita y salí a la calle -al chavolismo, a los niños mendigos, a los triciclos conducidos por hombres esqueléticos, a los hediondos puestos del mercado -. Imelda goza de libertad y jamás ha sido sentenciada en Filipinas por sus horrendos crímenes y robos al pueblo filipino. Su hermano es el alcalde de Taclobán, su hijo mayor el gobernador de Ilocos y una de sus hijas parlamentaria en el Congreso.

Miro a las montañas que rodean Tacloban y tengo un recuerdo para los guerrilleros que pueblan sus espesuras. Y les deseo, desde el fondo de mi corazón, que algún día bajen de las sierras y hagan libre a este país maravilloso.


(Foto de Luis Echánove)

jueves, 21 de febrero de 2008

Memorias afganas

(primera parte)
Llegamos a Pakistán a inicios de octubre. Las oraciones abordo del avión, y la atmósfera opresivamente integrista del aeropuerto y de las calles de Islamabad enseguida nos demostraron que aquel país no era, precisamente, el mundo llevadero y sonriente de la India o Nepal. La presencias atosigante de los militares por todas partes, la falta de colorido de los atavíos de hombres y mujeres y una cierta rudeza en los paisajes hacen de Pakistán una especie de puerta de entrada en el áspero mundo de Asia Central. Rawalpindi, la inmensa y caótica ciudad junto a la cual fue construida la nueva urbe de Islamabad, es como cualquier ciudad de Maharastra o Rajastán, pero sin el encanto de los vivos tonos en los saris, los rótulos multicolores y la música perenne de las películas que se ruedan en Bombay. Sin el barroquismo hindú, sin la sonoridad embriagadora, sin las imágenes coloristas de los dioses...Pakistán es como una versión triste y reprimida de la India, con la que tan sólo comparte el vivo olor de las especias en polvo.

Dedicamos los primeros días a gestiones diversas en Islamabad. Después, viajamos en tren hasta Peshawar, la inmensa ciudad-campo de refugiados en la que desde hace dos décadas miles de afganos pashtunes mal viven en sus pequeñas casitas de abobe. Las áreas residenciales de la ciudad parecían una auténtica feria de la cooperación. Por las calles, los carromatos locales competían en el polvoriento asfalto con los exagerados todo-terreno de las agencias humanitarias. Pudimos conocer de primera mano algunas experiencias positivas de desarrollo en los campos de refugiados. Diversos proyectos estaban logrando una cierta autosuficiencia. Hornos comunitarios, crédito a pequeña escala para mujeres....gotas de agua en un mar de necesidades, pero gotas fructíferas. (Continuará)

miércoles, 20 de febrero de 2008

Aplicación práctica de la papiroflexia en la ciencia mnemotécnica

(con algunos ejemplos de caso referidos a las virtudes teologales)
Tengo que admitir que no encuentro ninguna buena razón para ello. No obstante, debo dejar constancia de algunos motivos. Me azora expresar en público estas consideraciones. Pero ustedes deben comprender que un hombre de mi posición, cuando afronta una tesitura de naturaleza tan compleja, se siente enardecido por la llamada del deber. Y es el deber, que no mi personal talento o mi natural jubiloso el que me mueve a dirigirme a ustedes en una ocasión como esta. Mantengo, como no pocos de entre el público sospechan, una posición firme en relación a ciertos asuntos, y otra un tanto más flexible cuando debo considerar determinadas materias de corte diferente a las anteriores. La cuestión, por tanto, es establecer si la temática que hoy nos ocupa forma parte del primer grupo o si ha lugar encuadrarla en el segundo. ¿Debería asumir quien les habla un talante abierto ante el tema objeto de esta conferencia o más bien cerrar filas con un posicionamiento más inequívoco? Y aun que encontrásemos entre todos, -o más bien encontrase yo con cierta ayuda de ustedes- una respuesta sencilla para este dilema tan complejo, no con ello concluirían todas las dudas ni se aclararía plenamente el panorama ante nuestros ojos. Porque, mi estimado público, en la vida hay grados para todo. Y, como quien dice, entre lo mucho mucho y lo poco poco, discurre la escala infinita de los matices, de los medios términos. Hete aquí, consecuentemente, el dilema inmenso que a mí me acosa, y espero que a ustedes también: En el día de hoy, estimados amigos, yo ya no sé que pensar. No crean que lo digo por decir. Sencillamente expreso un sentimiento profundo que me acicatea, me corroe por dentro, me consume las entrañas. Y no sé que pensar porque, después de media vida dedicado al estudio de la materia de nuestra devoción, me encuentro, súbitamente, con la primera certeza de toda mi vida profesional. Y esa certeza, queridos colegas y alumnos, oyentes todos, no encuentra mejor enunciado que el antedicho: Yo ya no sé que pensar. Ergo: He dejado de hacerlo. Permito que las palabras que bullen dentro de mi cerebro broten al exterior abriendo la espita de la insustancialidad más absoluta. Y no crean, no: Esta no es tarea sencilla. Requiere entrenamiento, tesón y cierto talento innato. Consecuentemente no tengo nada mejor que decirles en el día de hoy. No pretendo colmar su personal satisfacción y en verdad son consciente del prejuicio que haya podido provocarles compartiendo con ustedes estos barruntos tan personales, que, aunque no hayan versado sobre la temática prevista conforme programa, al menos, pienso yo, han servido para aclarar más de un aspecto dudoso. Muchas gracias.

miércoles, 13 de febrero de 2008

Obama

Obama va a ganar las elecciones; y no me refiero solo a la nominación de su partido, sino a las presidenciales... Estoy completamente convencido y, además, rendido a su causa por completo.

Obama será el próximo presidente de los Estados Unidos por la misma motivación –trascendente y la vez profundamente humana- que llevó a los aliados a ganar la guerra mundial, condujo al fin de la esclavitud o llevó al sufragio femenino: Porque la humanidad, al fin, merece y logra un futuro mejor. No es el dinero el que mueve la historia (lo empuja, si, y mucho, aunque generalmente hacia el abismo). Tampoco es el intelecto, la ciencia ni la tecnología quienes lubrican las ruedas del avance social y económico. El mundo camina a base de emociones, sensaciones, vibraciones, empatias (y odios también, para ser franco). Y a eso es a lo que Obama apela. Su discurso, -profundamente humano y al vez trascendente, parece despertar lo mejor que cada uno lleva dentro. Llamadme ingenuo, pero yo creo a pies juntillas en este hombre y en la sinceridad de su causa.

Hijo de una cooperante y un keniata, criado en Indonesia, bregado en los movimientos sociales y de derechos humanos de Illinois; formado en el librepensamiento agnóstico, el Islam laico, la mística de la Nueva Era y el protestantismo social afro americano, Obama representa, resume y reúne todo lo mejor que América puede ofrecer al resto del planeta. Y el planeta, por eso, se rinde a su verbo grave. Tan genial que parece mentira, sí. Pero en fin, a veces la vida depara estas magnificas sorpresas.

Obama el profeta de la globalización, Obama, el hombre guiado por principios. ¿Se puede pedir más?

viernes, 1 de febrero de 2008

Intuición

Escucho a Cat Stevens; una mañana de viernes. A mis espaldas, tras el enorme ventanal, el perfil de Manila, y más allá el mar de la China Oriental. En mi mesa yacen, como pájaros dormidos, informes de bosques, archivos y documentos sobre cambio climático, cartas sin responder. Brilla el sol del trópico sobre la gran ciudad. Y de pronto caigo en la cuenta: soy todo; soy nada. Soy el taxista recorriendo las avenidas; soy el campesino en el arrozal, soy el marino navegando; la mujer pariendo, el niño jugando. Soy todos, soy ninguno.